Los problemas más insolubles en las relaciones de pareja tienen sus raíces en la actitud de desamor hacia nosotros mismos. En pensar que no somos merecedores del amor. La inseguridad básica consiste en dudar de si somos queribles como esencialmente somos. No tenemos la convicción de que merecemos el amor, por lo que nos cuesta confiar en los otros. Intentando evitar el inmenso dolor que genera el desamor, preferimos poner el problema afuera: enojarnos con los que suponemos que no nos quieren, en lugar de entrar en la inmensa tristeza de sentir que no somos dignos de ser amados.
Es por eso que esta herida genera los conflictos interpersonales. Cuando no nos queremos como somos, cualquier actitud del otro nos puede despertar el dolor de no ser merecedores del amor. Tendemos a enojarnos con nuestra pareja porque no nos ama lo suficiente, en lugar de darnos cuenta de que cualquier actitud de ella que no responda a nuestras expectativas, nos dispara esta duda esencial de si somos queribles.
La actitud de desamor tiene el poder de repeler, menospreciar o sabotear el amor que hay. Si no nos dan lo que queremos, nos cerramos y no recibimos nada. La mayoría de las parejas sufren cuando cierran su corazón. Todos somos una fuente de amor. Cuando conectamos con esta verdad no necesitamos nada de afuera. Nos nutrimos y podemos ofrecerlo. La contracara del amor es el miedo. Cuando estamos instalados en el miedo, nos desconectamos de nuestra fuente de amor, y lo buscamos desesperadamente afuera. Esa es la causa del sufrimiento. Hay dos lugares para colocarse, o estamos en el miedo o estamos en el amor. Mi propuesta es que ya que no podemos cambiar al otro, podemos trabajar para abrirnos y aceptar el amor disponible. Las relaciones son imperfectas, pero eso no seria un problema si aceptáramos el amor que hay, sabiendo que damos y recibimos con las limitaciones propias de nuestra humanidad.